Estaba yo durmiendo cuando se me apareció mi madre.
“Hijo, he vuelto porque me quedó una cosa por hacer”
“Espera que me vista, que te acompaño”.
Tomamos el camino de Úbeda, su pueblo natal.
Volaba a la velocidad del pensamiento y me cogió la mano.
“¿Dónde quieres ir, mamá?”
“A la vuelta ya veré la casa donde nací
y la plaza donde jugaba. Vamos a Granada.”
Cuando llegamos los fusilados de la fosa iban saliendo fuera
mientras crecía como por arte de magia una de las escuelas
para adultos donde yo había trabajado.
Mis ojos se abrieron como platos cuando vi a Lorca, fumando un cigarrillo,
dos banderilleros y un maestro republicano cojo con manchas de sangre seca.
“Hijo, me dijo mi madre, me fui casi sin saber leer y escribir. Nunca fui al colegio.
Seguro que sabes lo que quiero, que para algo tu eres maestro. Habla con ellos.
Yo no puedo porque estoy muerta.”
Y eso hice. Saludé a Lorca. Le dije que había utilizado sus poemas en mis clases.
También hablé con el maestro cojo. No hizo falta mucho porque éramos gemelos de alma.
Fueron muy amables conmigo sin necesidad de pronunciar palabras
pues estaban muertos.
Mi madre se sentó con los banderilleros y el maestro, tras repartir el material empezó a dictar el poema de los lagartos de Lorca:
“El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados…”
Ahora tocaba leerlos en voz alta.
“María, empiece usted, por favor”, dijo el maestro.
Y eso hizo mi madre, que parecía Margarita Xirgu, de lo bien que lo hacía.
Me puse a llorar de emoción cuando me di cuenta de que estaba en mi cama.
Todo había sido un sueño.
Encendí la luz y vi en la pared un cuadro con el dictado y dos lagartos para colorear.
Algo no cuadraba.
“Venga, Regí, que vamos a mi pueblo, que para una vez que una sale, hay que aprovechar el viaje pues estoy muerta”.
Yo no sabía qué hacer ni qué pensar. Me despertó mi mujer.
Estaba soñando dentro de otro sueno cual muñecas rusas.
“Estás muy agitado y hablas en sueños. Ven, te haré un masaje en la espalda.
Tranquilo, que no van a fusilar a nadie.”
Cuando traté de hablar farfullé algo de lagartos llorando y anillos de desposados.
Me quedé dormido como un tronco con la imagen fija de una fosa común y una escuela de personas adultas de la que salía música de Leonard Cohen que cantaba a Lorca.