Homenaje a Ángel Mayo, wagneriano de pro. La obra de una vida. El Anillo del Nibelungo (y VIII). Götterdämmerung: una microtetralogía con prólogo y tres actos.

ring54El anillo maldito es la prenda de amor de Siegfried que Btünnhilde guarda con pasión.

 Como dijimos en la entrega anterior acabamos con esta el análisis que Ángel Mayo realizó del Anillo haciendo refencia -lógicamente- a la tercera jornada, que viene a ser el reverso de la anterior. Pasamos del día, de la luz y el sol, que evocan los amantes, a la oscuridad de la noche que acompaña a las nornas y los guibichungos, entre los que se encuentra el más negro personaje del ciclo completo: el malvado Hagen, que odia a todo el mundo, empezando por su padre Alberich, y que es artero, embaucador y asesino. Si en el Acto III de Siegfried el fuego es el protector de Brünnhilde, en Götterdämmerung es destructor del Walhalla y los dioses que en él moran. Se cumplen aquí las palabras del dios del fuego, Loge, con las que prácticamente acaba el prólogo:

LOGE
(observando a los dioses)
Se están lanzando
hacia su muerte
por muy fuertes
y resistentes que se crean.
Casi me avergüenzo de ayudarlos.
Estoy tentado de convertirme,
otra vez, en llama vacilante.
De devorar a aquellos
que una vez me domesticaron,
y evitar así morir
de una manera tan estúpida,
por muy divinos dioses
que se crean.
Me lo pensaré
¿Quién sabe lo que haré?.

El astuto semidiós, tan intrigante y letal como Hagen, también perecerá al ser lanceado por Wotan con unos delos trozos de la lanza, tal como predicen las nornas en el prólogo de esta jornada. No olvidemos que fue Loge quien despertó en Wotan el interés por el anillo maldito cual demonio tentador al igual que Hagen tentó a los hermanos guibichungos  con el imposible binomio amor – poder. Antes de sucumbir, devorará los cuerpos de los amantes cuyo sacrificio redimirá el mundo aunque dejando un interrogante para el futuro.

Wagner afirmó que Siegfried solo no puede ser redentor, ya que el ser humano completo es la unión del hombre y la mujer en el amor. La acción redentora del héroe necesita la de Brünnhilde. De este modo se da la unión perfecta del principio masculino y del femenino que se funden en la misma pira mediante el fuego purificador. En Parsifal estos dos principios se dan en una sola persona, que no es el hombre libre, sino el compasivo el redentor. De este modo, pasamos de una acción revolucionaria a la occidental a una cuasi religiosa de tipo oriental, budista. Esto es lo que nos refiere Mayo:

mayoEl ocaso de los dioses cumple la función de una microtetralogía con prólogo y tres actos. Esto no se debe sólo a la persistencia de la idea original de un drama sobre La muerte de Sigfrido, sino a la necesidad de dar forma dramática al reverso de la utopía liberadora que se ha encamado, en el final de Sigfrido, en el “hombre nuevo” y en la pareja amorosa. Siegfried no puede vivir en la inactividad, pues él es también otro tipo del hombre occidental, no el transformador como Wotan, sino el libre que, así se lo dice a Gunther, únicamente ha heredado el propio cuerpo y la gasta viviendo. Por eso, Brünnhilde comienza así la despedida:

«A nuevas hazañas,
caro héroe,
¿cómo te amara yo
si no te dejara ir?
[…]
Si quieres brindarme amor,
piensa sólo en ti,
piensa en tus hazañas».

Ya avanzada esta despedida, Siegfried declara:

«¿Sólo por tu virtud
debo así obrar aún hazañas?
Tú elegirás mis combates,
mis victorias volverán a ti:
a lomos de tu corcel,
con la protección de tu escudo,
no me considero más Siegfried,
soy sólo el brazo de Brünnhilde».

¿Y cómo recibe el mundo al héroe? Wagner ha reservado para el prólogo del Ocaso la revelación del atentado original y de sus consecuencias. La escena de las Nomas -alguien la ha llamado «sinfonía en gris»- hace pasar ante nosotros el pasado remoto y también el inmediato que hemos vivido como presente en las tres obras anteriores. ¿Pero el futuro?

ring56Waltraute trata, sin éxito, de convencer a Brünnhilde de que renuncie al anillo.

 Recordemos que los hechos acaecidos han desembocado en un estado totalmente alterado. Wotan ha perdido el poder y se ha autoconfinado en el Walhall tal como lo relata con angustiados acentos trágicos la walkyria Waltraute, que en vano acudirá a pedir a Brünnhilde que devuelva el anillo a las ondas del Rin. Para la ex walkyria, el anillo es ahora la prenda del amor de Siegfried, y este amor es más fuerte que cualesquiera otros afectos, necesidades e intereses. La exaltada respuesta de Brünnhilde es contundente:

«¡Ah! ¿Sabes que es él para mí?
¡Cómo puedes comprenderlo,
virgen insensible!…
Más que las delicias del Walhall,
más que la gloria de los eternos es para mí el anillo:
una mirada a su claro oro,
un destello desde el augusto brillo
me es más preciado
que la felicidad de todos los dioses.
Pues desde él, dichoso,
me ilumina el amor de Siegfried…
[…]
¡Ve al sagrado
Consejo de los dioses!
Susúrrales
de mi anillo:
¡nunca me apartara yo del amor,
jamás me quitarían ellos el amor,
aun cuando se precipitara en ruinas
la radiante magnificencia del Walhall!».

ring51Las nornas, conocedoras del pasado, del presente y del futuro.

 Brünnhilde y Siegfried conservan, pues, el anillo. En consecuencia, están sometidos a la maldición de Alberich en un mundo ya sin el poder de los dioses, sí, pero como he dicho, hundido en la confusión. Por esto se rompe la cuerda del destino cuando las Nornas, después de anunciar el final fisico de Wotan en la pira que él mismo se ha hecho construir con los leños del fresno del mundo, la tensan demasiado, y sus hilos, enmarañados y roídos por «una maldición vengativa», no resisten los tirones. En la orquesta se oye, varias veces, acuciante y a la manera de relámpagos, el motivo de la llamada de Siegfried, tras lo cual, con la exclamación de las Nomas: «¡Se ha roto!», suena sordamente el motivo de la maldición.

Parece claro que la amenaza se cierne sobre Siegfried y que es su destino el que ahora se rompe, pues el de Wotan ya ha sido predicho: con lo que resulta aleccionador el comprobar cómo el dogmatismo ideológico de un hombre tan inteligente como Bemard Shaw no le permitió entender que la redención y la libertad no consisten en sustituir el poder de una clase social por el de otra, sino en renunciar a todo el poder y en reparar, dentro de lo posible, el atentado original.

wagner colorWagner detuvo durante doce años la composición del Anillo para componer Tristan y Meistersinger.

 La larga interrupción de la composición redundó en beneficio de la partitura del Ocaso. No sólo se enriqueció el lenguaje musical con el cromatismo de Tristán, sino que también se hizo más oscuro y tortuoso gracias a las experiencias personales de Wagner con los políticos de Múnich. La partitura contiene un número considerable de motivos conductores nuevos: el fresno del mundo, el juramento de hermandad de sangre, el amanecer, la amistad, Gunther, Gutrune, la llamada de los guibichungos, el honor, el asesinato, la seducción, los vasallos, la promesa de expiación y, sobre todo, el ominoso de Hagen, con su feroz intervalo de quinta descendente seguido de un dibujo de las trompas que es, evidentemente, una deformación de la llamada de Siegfried: su siniestra amenaza es especialmente terrorifica en la llamada vela de Hagen (primer acto) y en el último preludio, donde materialmente se apodera de la llamada de Siegfried y la devora.

ring57No se ha compuesto nada más negro que la escena de Alberich y Hagen.

 Casi todo el material temático utilizado en el prólogo y en las jornadas precedentes reaparece también, pero como deformado por la absoluta confusión y el engaño; en este sentido, no se ha compuesto jamás nada más negro que la escena entre Alberich y Hagen, y el conjunto del segundo acto reclama el derecho a ser considerado, con su disonancia preexpresionista, lo más atrevido -no me agrada decir “avanzado”- que puede oírse dentro de los límites del sistema tonal.

Además, la música es riquísima en visiones acústicas que van mucho más allá de lo meramente descriptivo: vemos la faz lívida y vengativa de Alberich, la salida del sol sobre el amor de Siegfried y Brünnhilde (recuérdese el pasaje de Ópera y Drama sobre la dramaturgia heroica, antes transcrito), el majestuoso caudal del Rin como corriente de la vida en un cantar de gesta, los remolinos que en esta misma corriente va dejando el remar sin esfuerzo del risueño Siegfried, la decadencia fisica y moral de Gunther, la gran sala del Walhall con sus estupefactos pobladores a la espera del inevitable final, la ardiente pira purificadora, el combate de los elementos, la voluptuosa entrega de Wotan a la aniquilación, el gozo de Loge al mudarse de nuevo en llama ingobemable, la desaparición de la voluntad que regía el mundo y la luz de la esperanza en un “renacimiento”. Estos son sólo algunos ejemplos.

Escena de Hagen y Alberich. Halfvarson como hijo del nibelungo.

 La acción muestra también que, frente al antiguo poder universal de Wotan, el poder de los hombres se ha degradado a política de clan. El protagonista de la obra es Hagen, al menos en cuanto él sabe lo que sucede realmente y mueve todos los hilos de la intriga que será mortal para Siegfried y Gunther. Sólo al final Brünnhilde le derrotará porque ella alcanza el conocimiento completo: la sabiduria eterna de su madre; la comprensión del verdadero deseo de Wotan con la frase inmortal «descansa, descansa, tú, dios», breve berceuse fúnebre que la hija dedica al padre: esta prodigiosa secuencia estática formada con el motivo del gozo del oro, la sección final del motivo del Walhall, los de Erda y el final de los dioses, la frustración de Wotan y la cadencia asimismo del Walhall; la conciencia de la inocencia de Siegfried, que hace de ella plenamente una mujer (*); el entendimiento del porqué de la obligación de devolver el oro a las ondinas; finalmente, su deber de hacer expiar a un mundo que asesinó al más noble, al mejor, tras convertirle en marioneta del mal y en perjuro, y mudó el amor eterno de ella misma en odio devastador.

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(*) No es el amor alcanzado lo que convierte a la waIkyria en mujer; es el amor “reconquistado” después de padecer el más terrible de los sufrimientos morales: «¡A mí tuvo que traicionarme el más puro, para que, sapiente, llegara yo a ser una mujer!».

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Salminem en la escena de Hagen tras la visita de Alberich.

 Todavía merece unas líneas más Hagen, arquetipo del mal absoluto. Wagner lo tomó del terrible Hagen de Trónege del Cantar de los Nibelungos, que busca deliberadamente la aniquilación total: mata al barquero del Danubio, destruye la balsa para no poder volver a cruzar el rio y, en vez de apoderarse del hijo de Atila, Ortlieb, para abrirse así paso, le mata, provocando un espantoso baño de sangre. Es el último en morir y Kriemhild le separa la cabeza del cuerpo con la espada Balmung. Al convertirle en hijo de Alberich y de la madre de Gunther y Gutrune, Wagner le hizo incapaz para el amor, alimentado por el odio, codicioso del anillo para sí mismo, fuerte pero no lo bastante para abatir a Siegfried cara a cara, y profundamente desgraciado. Así responde Hagen a la pregunta del welsungo:

«¿Por qué no tomaste parte en el juramento?»

«Mi sangre os corrompiera la bebida;
no fluye en mí pura
y noble como la vuestra:
espesa y fría
se coagula en mí,
no me colorea las mejillas.
Por eso permanezco apartado
de la ardiente unión»

y así susurra a su padre entre las sombras de la noche:

«Si mi madre me dio valor,
a tí no puedo, empero, agradecerte
que ella sucumbiera a tu astucia:
¡viejo prematuro, macilento y pálido,
odio a los felices,
jamás me alegro! …».

He dicho que Hagen es profundamente desgraciado. ¿No seria acreedor por ello a un mínimo de benevolencia, de misericordia ante su destino? Es imposible. Como Hagen de Trónege, él quiere la aniquilación total, para ser el rey de los muertos. ¿Recuerda el lector las frases de la soflama de Wagner en las Hojas del Pueblo? ¡Qué horrorosa esterilidad la del egoísta! ¡Qué espantoso destino el del que engaña, corrompe y mata por una idea excluyente, por la bandera del odio, por el culto a la «materia sin vida»! ¡Qué actual es Hagen! ¡Cómo sabe hacer de la palabra, vehículo natural de la comunicación entre los hombres, el más eficaz instrumento de la confusión!

hagen   muerte sigfrido

Hagen y la marcha fúnebre de Siegfried.

 Nada hay más repulsivo, deliberadamente, en El Anillo, que la salutación de Hagen a Siegfried –«¡Salve! ¡Salve, Siegfried, caro héroe!»– cuando éste pisa la sala de los guibichungos, porque a la vez que esta artera bienvenida se oye aterrador -la potencia orquestal es abrumadora y la voz de Hagen, terrible- el motivo de la maldición. Así, la muerte de Siegfried, ya anunciada aquí, llegará a ser insoportablemente cruel, pues Hagen le alancea por la espalda cuando el héroe acaba de recuperar la conciencia de su verdadero yo, la comprensión de las Voces de la Naturaleza y el recuerdo de la hora sagrada en que con su primer beso despertó a Brünnhilde.

Aquí comienza el ritual de la expiación del mundo. llevado sobre su escudo, el cadáver del héroe es acompañado por una pieza orquestal infinitamente más elocuente que cualquier oración fúnebre, donde los motivos vienen del pasado para evocar en este momento el destino trágico de la estirpe de los welsungos, la espada que jamás ha sido vencida, el triunfo de la juventud aquí brutalmente cercenada, pero siempre eterna. Y, sin embargo, este poderoso cuadro musical, cumbre de la transformación del coro griego en la orquesta moderna, es todavía “sólo” un interludio.

ring63Poco a poco la música se confunde con la noche. Riela la luna en las oscuras aguas del Rin. Se disipan las nieblas, pegadas antes al río. La sala de los guibichungos aparece desierta y al poco vaga por ella Gutrune, asaltada por negros temores. La llegada del cortejo fúnebre nada tiene que ver con la música de la exaltación del héroe asesinado. Las llamadas, las voces, los sarcasmos del bestial Hagen, quien ahora se muestra sin enmascaramientos, dominan triunfales en este estado del desorden absoluto. En seguida se repite aquel primer asesinato que, hace ya mucho tiempo, fue provocado por la codicia del anillo, un fratricidio.

La lucha se desarrolla ahora entre medio hermanos por la herencia, por la propiedad excluyente, en 1874 como en 1848 causa de todos los males, según Wagner, pues su conservación obliga a los matrimonios sin amor, de conveniencia, estériles en sí: Wotan-Fricka, Siegfried-Gutrune. Gunther y Hagen son realmente dos muertos en vida, porque, ellos mismos estériles, quieren perpetuarse, cada una su manera, por medio de la propiedad.

Cuando Hagen intenta arrebatar el anillo al cadáver de Siegfried, la mano de éste se alza amenazadoramente. El asesino retrocede, espantado. ¿Magia en medio de una situación realista? No, la heredera del anillo es Bnnhilde, pues ella es su verdadera mujer. La mano alzada es un recurso escénico visible para todos los espectadores, mientras que los posibles intentos de Hagen para quitarle en vano una sortija a una mano inmóvil pasarían desapercibidos o, al contrario, resultarían muy violentos. Wagner ha previsto, además, un grito de pavor de Hagen, que si se hace bien sobrecoge a todos.

La heredera natural del “hombre libre” es Brünnhilde, ya la “mujer sabia” que ha decidido renunciar a la herencia -a la propiedad y al poder- y consigue así la fuerza sagrada necesaria para romper los lazos que atan al mundo y desencadenar a los elementos que van a aniquilarlo. La llamada escena de la inmolación es posiblemente la summa artis del drama musical wagneriano. Todo intento de descripción resulta pálido al lado de su magnificencia poética, y con esto quiero decir que aquí confluye todo: situación escénica, texto, música, contenido. Apenas puede creerse que una obra llevada adelante durante veintiséis años, sometida a los avatares de la complicada vida de su creador, ideada para una organización teatral que no existía, carente de los intérpretes necesarios, de duración descomunal y dirigida a un público soñado que, como tal, jamás ha llegado a formarse, conservara aún la potencia necesaria para escalar la cima más alta de la imponente cordillera de la Tetralogía.

Gwyneth Jones como Brünnhilde en la escena final de la inmolación.

 Wagner, tan seguro y brillante en todos sus finales, dudó mucho respecto al aquí más adecuado. Dejando ahora a un lado la conclusión coral de La muerte de Sigfrido, donde Wotan no perecía, se conocen cinco variantes de las palabras finales de Brünnhilde. En la edición que hizo Wagner de su poema en 1863, entre las frases: «Así arrojo la antorcha a la magnífica fortaleza del Walhall» y «¡Grane, corcel mío, sé bienvenido!», había dos estrofas más. La segunda decía así:

«Si pasó como un soplo
la estirpe de los dioses,
si vuelvo a dejar
al mundo sin señor,
al mundo muestro ahora
el tesoro de mi más sagrado saber. ..
Ni bienes, ni oro,
ni la pompa divina:
ni casa, ni patio,
ni altivo esplendor;
ni la engañosa atadura
de turbios pactos,
ni la dura ley de hipócritas costumbres:
dichosos en la alegria y en el dolor,
dejad existir sólo el amor…».

Wagner compuso esta estrofa, sólo canto y piano, el día 21 de agosto de 1876, como obsequio a Luis I de Baviera. Pero cuatro años antes había decidido prescindir definitivamente de todo esto porque «resultaria casi infantil si (Brünnhilde) se volviera una vez más hacia las gentes, para anunciarles su sabiduria», y así confió a la orquesta la pintura del último combate, de la agonía universal.

ring64Muerte de Hagen y alegría de las ondinas por haber recuperado el oro.

 Arruinada la sala de los guibichungos, manifestación de un poder ficticio; desbordado el Rin, para que el agua apague la pira donde se han consumido los restos mortales de Siegfried y se ha inmolado -«pues a compartir el más sagrado honor del héroe aspira mi propio cuerpo»– su verdadera esposa; arrastrado a las profundidades y ahogado Hagen, la orquesta va haciéndonos oír de nuevo la berceuse del mundo al oro recuperado por las Hijas del Rin, la manifestación creciente de la redención por el amor, el asalto del Walhall por las llamas, donde el motivo de la fortaleza brilla en toda su majestad mientras el fuego bulle con alegria triunfal al devorar la materia, la última cita del motivo de Siegfried, pues sus actos libres revertieron a Brünnhilde, quien ha desatado el incendio del mundo que destruyó al héroe, la inversión del de Erda, es decir, el final de los dioses, que más que concluir o resolverse tiende a “suspenderse”.

La voluntad que gobernaba el mundo no existe ya y su impulso dinámico se paraliza. Como ya he anticipado, si el director de orquesta tiene el instinto de esta música, ha de disponer aquí un silencio que no lo es, una modificación del tempo, para que, concluyente sin violencia, expansivo sin prolongación, el motivo de la redención por el amor cierre el Anillo como última interrogación al pasado redimido y primera pregunta al impredecible futuro. Seis años después, Wagner dio aún respuesta no con otro hombre libre, sino con el hombre compasivo. Pero éste es el motto de Parsifal, y ahora y aquí no hay ya lugar ni espacio -Gurnemanz dice: «Tú lo ves, hijo mío, en espacio se convierte aquí el tiempo»– para hablar del festival escénico sacro.

Aquí acabamos esta serie dedicada a la memoria de quien tanto llegué a admirar no solo por sus conocimientos en la materia, sino también por su pasión contagiosa en este mundo tan fascinante del wagnerismo. Con gratitud y cariño a Ángel-Fernando Mayo.

Leb wohl!

Dichoso seas en el Walhalla.

Quant a rexval

M'agrada Wagner, l'òpera, la clàssica en general i els cantautors, sobretot Raimon i Llach. M'interessa la política, la història, la filosofia, la literatura, el cinema i l'educació. Crec que la cultura és un bé de primera necessitat que ha d'estar a l'abast de tothom.
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