Thomas Mann, conocido escritor y Premio Nobel de Literatura, fue un wagneriano libre de prejuicios, con espíritu crítico y exento de fanatismo. Su wagnerismo se puede rastrear en su obra literaria narrativa y ensayística. Tiene dos títulos expresamente wagnerianos: Tristán y Sangre de Welsas, también conocido como De la estirpe de Odín.
La segunda obra le ocasionó problemas editoriales. Basada en la historia de los welsungos del Anillo, trata de las relaciones incestuosas de dos gemelos judíos en la ultraconservadora Alemania guillermina dominada por el antisemitismo y el nacionalismo agresivo. Temiendo un escándalo, se hizo muy difícil su publicación. La moral sexual de su época era aún más mojigata que en la época de Wagner. De hecho, la relación incestuosa de los gemelos Siegmund y Sieglinde en la Walkiria no pareció molestar a nadie. Quizá se deba a que el sajón localiza los hechos en época mítica, mientras que Mann habla directamente de la sociedad en la que está inmerso.
Como decía, Mann no era un wagneriano fanático y corto de miras, sino crítico y libre de prejuicios, lo que no casaba con determinados sectores de la sociedad que tenían una imagen de Wagner nacionalista, antisemita y conservadora. Se lo harían pagar en cuanto tuvieran ocasión.
En su doble faceta creativa, no solo escribía novelas, sino también ensayos como el dedicado al Anillo del Nibelungo. Mann viajaba por el extranjero dando conferencias sobre literatura, arte, música… Hubo una conferencia que se hizo famosa: Sufrimiento y grandeza en Richard Wagner, donde expresaba sus impresiones sobre el compositor. Con ella viajó varios países y eso le salvó caer en las garras de los nazis. Corría el año 1933, el de la victoria de los nacionalsocialistas. Se perpretó una campaña de acoso y derrivo en su contra. Molestaba que hubiera dicho que Wagner era un diletante. Era una excusa. Le tenían ganas y aprovecharon la ocasión. Afotunadamente el ataque le cogió fuera de Alemania. Los que se creian que estaban en la posesión de la verdad absoluta sobre Wagner montaron en cólera ante este blasfemo. Realmente fue un complot nazi para desprestigiar al notable escritor. Las fuerzas vivas se encargaron de realizar un acto de protesta y se recogieron firmas de apoyo a un libelo en el que se le difamaba por traidor. Entre ellas, estaban las de Richard Strauss y Hans Knappertsbusch, para su vergüenza, junto a la de otros músicos filonazis de poca monta. Hitler en persona le desposeyó de la nacionalidad alemana. Mann, que se sentía alemán por encima de todo, afirmó ante este hecho: “Allí dónde yo esté, estará Alemania.”
Lógicamente, Mann se tuvo que exiliar. Desde el extranjero se dedicó a atacar el nacionalsocialismo, como también lo hiciera Friedelind Wagner, la nieta díscola del compositor.
Acabada la guerra, fue propuesto para dirigir un comé que organizara los festivales de Bayreuth, en lugar del clan Wagner, cuya relacón con el régimen anterior fue notoria. No fue así. Wieland y su hermano Wolfgang cogieron el timón del santuario wagneriano. En ese momento comenzaba la Guerra Fría – lo que supuso un pacto entre los aliados y los nazis en contra de los soviéticos – y las autoridades de ocupación americanas prefirieron colocar en el puesto a quienes habían estado estrechamnete vinculados a Hitler antes que a quien se le opuso y cuyas ideas eran progresistas y potencialmente peligrosas para el anticomunismo.
- La muerte en Venecia.
En la obra de ningún otro escritor alemán podemos encontrar la influencia que Richard Wagner tiene en las obras del autor de La muerte en Venecia, cuyo mismo título nos evoca al sajón, ya que fue en esa ciudad donde murió. Probablemente sea la obra de Mann más popular. Quizá se deba al hecho de que ha servido de inspiración en el cine la ópera y el ballet.
Trata del drama interior de Gustav von Aschenbach, un escritor que se encuentra en un momento de vacío espiritual y de falta de inspiración que viaja a Venecia para encontrar solución a su problema. Allí se queda prendado de Tadzio, un bello joven polaco, a quien no se atreve a acercarse por no perder el control. El chico se le antoja la encarnación del ideal de belleza. En su interior hay una lucha dialéctica entre la moral convencional y su pasión prohibida. Venecia viene a ser el simbolo de la muerte. Hay una epidemia de cólera que las autoridades silencian para que no se vayan los turistas. El ambiente es expresionista y grotesco. El protagonista, que se entera de la epidemia, prefiere quedarse para seguir contemplando al chico. Finalmente muere mirando extasiado a su amado Tadzio sin haberle dirigido nunca la palabra.
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Luchino Visconti, el genial director italiano realizó una película de gran belleza: Muerte en Venecia. Cuenta con Dirk Bogarde (protagonista de otra película memorable El portero de noche) que está magistral como Gustav von Aschenbach (un trasunto de Mahler) compositor de edad madura que pasa un mal momento existencial y decide ir a Venecia para desconectar. Allí ve a un chico que, para él encarna el ideal de belleza inalcanzable y la juventud. Se obsesiona con él. Además de belleza, expresa decadencia y podredumbre, como sucede en Salomé de Oscar Wilde. Lo grotesco se une a lo sublime.
Queda patética la escena en que se pone betún en el pelo para disimular las canas. Se siente mal y va a la playa. El sol derrite el betún. Está sentado en una tumbona. Se siente mal. De repente, cual un bello Adonis, ve pasar por la playa al chico de cuya belleza está obsesionado. Muere feliz. Ha podido contemplar su ideal platónico de belleza. Nadie repara en su muerte.
Lucino Visconti, gran melómano, escoge el Adagietto de la Quinta de Gustav Mahler. La música envuelve toda la trama de la película. Una banda sonora que le va como anillo al dedo. Tan popular se hizo que fue la responsable de que el gran público se acercara a la obra de Mahler. Recuerdo que se publicaban discos de adagios de Mahler. El fenómeno no fue tan intenso como en el caso de Amadeus, pero sirvió para que Mahler se vendiera y programara más.
Benjamin Britten se interesó en ella para su ópera homónima. Robert Pears, su compañero y amante encarnó el papel de viejo compositor. El tema central sigue siendo el ideal de belleza encarnado en un joven. Esta ópera la vi en el Liceu con una puesta perfecta de Decker. Una iluminación sugerente que exaltaba la situación. La música recuerda en ocasiones a la de Wozzek, con tintes expresionistas y burlones. El libreto está muy bien escrito. Es como una síntesis dramática de la novela, cuya lectura es más espesa.
También existe un ballet del mismo nombre del coreógrafo John Neumeier.
- Sufrimiento y grandeza de Richard Wagner
Sobre este ensayo ya escribí un apunte anterior que incluía una amplia muestra del escrito. Añado ahora información procedente de otros lugares.
«La pasión por la mágica obra de Wagner me ha acompañado toda mi vida, desde que la descubrí y empecé a asimilarla y a penetrar en ella.»
Estas elogiosas palabras de Thomas Mann forman parte del controvertido ensayo escrito en 1933, aplaudido por muchos, y denostado por personalidades de la época como Olaf Gulbransson o Richard Strauss. El autor de La montaña mágica analiza con pasión los claroscuros del carácter y el pensamiento de Richard Wagner, los mismos que dieran vida a una obra extraordinaria, monumental, que compara a la de grandes escritores del s.XIX como Émile Zola o Lev Tolstói.
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“Thomas Mann le había escrito al presidente de la Academia Prusiana de las Artes su renuncia como miembro de esta institución. Puesto que la Academia era el máximo organismo de la cultura oficial alemana, esta renuncia suponía la negativa expresa a cualquier forma de complicidad con lo que Gottfried Benn denominaba, con un eufemismo inquietante, «la nueva situación histórica». Se trataba de romper públicamente con el proceso de nazificación de la cultura del país y negarse a la sumisión o la complicidad con los dictados de la barbarie.”
«Sufrimiento y grandeza de Richard Wagner», había desencadenado un feroz ataque promovido, entre otros, por su antiguo amigo el compositor Hans Pfitzner, o por personajes tan notables como Richard Strauss y el director de orquesta Hans Knappertsbusch. No se le reprochaba que difamara a Wagner, pero sí que difamara a Alemania en el extranjero, pues Wagner y Alemania eran lo mismo. Esta acusación no sólo era una vileza: fue también el detonante para que las autoridades nazis iniciaran un proceso de expulsión contra él.”
La apropiación de Wagner por los nazis.
Más que por los nazis, la apropiación la hizo el mismo Hitler, que no era un wagneriano más como como muchos otros incluyéndome a mí mismo, sino que se sintió atraído patológicame de su figura y obra o, más bien, de la lectura sui generis que hizo de ella. Hitler se identificó con el personaje de Rienzi desde que asistió por primera vez a una representación. Se creía llamado a ser el tribuno del pueblo alemán. A diferencia de Mann, Hitler era un wagneriano fanático que entendió al compositor de una manera errónea. Además, llegó a ser íntimo amigo de Winifred y sus hijos, los nietos de Wagner. Bayreut se convirtió en sus manos en un símbolo nazi.
“La apropiación que los nazis hacían de la obra de Wagner le exigió al gran escritor alemán enfrentar la cuestión de si la legitimación wagneriana del Estado totalitario era una proyección ideológica consecuente de esa estética. Su juicio adquirió nuevos matices, haciendo más complejo el balance entre admiración y reservas que la obra de Wagner siempre le mereció.”
“En 1937, todavía en Suiza, este diagnóstico conducía a Mann a denunciar la apropiación de Wagner por los nazis como una manipulación, un abuso interpretativo. Wagner no fue el profeta del Estado totalitario, sino el autor de una utopía estético-social. El arte lo era todo para él; la política, nada.”
A diferencia de otros que se quedaron y callaron, Mann actuó con valentía desde el primer momento. Renunció a su cargo. Habló siempre con libertad sobre Wagner y sus claroscuros. Fue un intelectual libre, valiente y comprometido.
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- Sobre el incesto, Engels y los welsungos.
“A cualquier lugar que uno vaya, encontrará una pregunta como plaga: ¿Qué piensa usted de Richard Wagner?” (Karl Marx).
Marx conoció la obra de Wagner. En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels se hace una referencia a la relación incestuosa de los welsungos. Dicen que Wagner se refiere en la Walkiria a la sociedad burguesa de su época en la que estas relaciones son tabú. En tiempos pretéritos, no lo era, se consideraba la norma.
Se basan en estudios antropológicos realizados sobre poblaciones primitivas del siglo XIX y basándose en la mitología y la historia.
Sangre de Welsas tiene otro nombre: De la estirpe de Odín. En este artículo señala la relación entre la novela corta de Mann y Die Walküre de Wagner entre otras cosas. La trama de la tragedia welsunga es trasbasada a un ambiente burgués de la época del escritor. Dos gemelos judíos incestuosos en medio de un represiva moral burguesa, la de la época de Mann.
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- Mann y Tristán.

Tristán e Isolda.
Paralela a Sangre de Welsas tenemos Tristan, también breve, pero profunda, que tuvo menos predicamento entre el público. Es otra novela corta de influencia wagneriana. La acción tiene lugar en un sanatorio que alude al principio del acto III del drama wagneriano cuando el protagonista está en su lecho de muerte esperando la llegada de Isolda. Mann realiza una paráfrasis irónica del heroísmo tristanesco con los protagonistas de la novela.
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“El título de esta narración proviene del relato mítico Tristan e Iseo y sobre todo de la ópera homónima de Richard Wagner Tristan e Isolda. El compositor alemán había acudido a Gottfried von Strassburg para pergeñar el libreto de su ópera más exquisita, la más singular. Por su parte Gottfried von Strassburg bebió de arcaicas fuentes anglonormandas para concebir su magistral epopeya Tristan en torno al año 1200. El tema fundamental es la muerte y el poder del amor. En la novela, como después veremos, el asesino ejecutor es el arte, el homicida, parafraseando al escritor en la carta a su hermano, podríamos afirmar que “la música es la muerte.”
- Mann sobre Wagner y Hitler.
“Thomas Mann considera que Wagner es un artista pero no un genio. Lo encandila pero no le convence. Es como el gran actor que te seduce con grandilocuencias. Por ejemplo, Thomas Mann está convencido de la calidad de la obra musical de Wagner, pero no de las ideas estéticas de este autor respecto a la obra de arte total.
“Pero a Thomas Mann le interesa subrayar el carácter mítico de la obra wagneriana por encima de todo.”
Como dije, Mann es un wagneriano crítico. Podríamos decir que en él confluyen los dos Nietzsches, el wagneriano y el antiwagneriano. Por una parte Mann denuncia la apropiación indebida de Wagner por los nazis; pero por otra afirma que hay mucho Hitler en Wagner. Veamos qué dijo sobre el tema:
“Todas las heroínas de Wagner se distinguen por un sublime histerismo, un algo sonambulesco, mágico y nigromántico, que pone en su calidad de heroínas románticas un ingrediente de turbulenta modernidad.
Pero la figura de Kundry, la rosa infernal, es una pieza de patología mística en su atormentada duplicidad, en su desdoblamiento como instrumentum diaboli, y penitente ansiosa de redención; está pintada con una crudeza clínica, con un atrevimiento naturalista en la investigación y exposición de la enfermiza vida anímica… y en Parsifal… se dice de Klingstor que es el demonio del pecado oculto, la rabia de la impotencia contra el pecado; nos sentimos transportados a un mundo místico de atormentados estados anímicos, el mundo de Dostoyevski” (1933).
“Yo encuentro el elemento nazi no sólo en la cuestionable literatura de Wagner; lo encuentro también en su música… El entusiasmo que provoca, el sentido de grandeur que con tanta frecuencia nos invade en su presencia.”
“El reparto de Parsifal, ¡qué galería de personajes, qué colección de excéntricos escandalosos! Un mago castrado por su propia mano; una desesperada que se desdobla en corruptora y Magdalena penitente, con catalepsias entre uno y otro estado; un sumo sacerdote que se empeña en ser redimido por un joven casto…” (1933).
1949: «En las fanfarronerías de Wagner, en sus eternas peroratas, en su querer hablar él solo, en su querer meter las narices en todo, existe una incalificable inmodestia que prefigura a Hitler: ciertamente hay mucho Hitler en Wagner».(1949)
«La pasión por la mágica obra de Wagner me ha acompañado toda mi vida, desde que la descubrí y empecé a asimilarla y a penetrar en ella.»
Una personalidad contradictoria, un espíritu libre, amor-odio a Wagner. Una mezcla del Nietzche wageriano y antiwagneriano a la vez, Thomas Mann. En cualquier caso, un wagneriano convencido durante toda su vida.
Más información en estos tres enlaces: Mann el wagneriano, Sufrimiento y grandeza y Mucho Hitler.
Acabamos escuchando a Thomas Mann mientras suena el preludio de Lohengrin con subtítulos en inglés.
ANEXO.
LA MUERTE
10 de septiembre
Por fin ha llegado el otoño; el verano no retornará. Jamás volveré a verlo…
El mar está gris y tranquilo, y cae una lluvia fina, triste. Cuando lo vi esta mañana, me despedí del verano y saludé al otoño, al número cuarenta de mis otoños, que al fin ha llegado, inexorable. E inexorablemente traerá consigo aquel día, cuya fecha a veces recito en voz baja, con una sensación de recogimiento y terror íntimo…
12 de septiembre
He salido a pasear un poco con la pequeña Asunción. Es una buena compañera, que calla y a veces me mira alzando hacia mí sus ojos grandes y llenos de cariño.
Hemos ido por el camino de la playa hacia Kronshafen, pero dimos la vuelta a tiempo, antes de habernos encontrado a más de una o dos personas.
Mientras volvíamos me alegró ver el aspecto de mi casa ¡Qué bien la había escogido! Desde una colina, cuya hierba se hallaba ahora muerta y húmeda, miraba el mar de color gris. Sencilla y gris es también la casa. Junto a la parte posterior pasa la carretera, y detrás hay campos. Pero yo no me fijo en eso; miro sólo el mar.
15 de septiembre
Esa casa solitaria sobre la colina cercana al mar y bajo el cielo gris es como una leyenda sombría, misteriosa, y así es como quiero que sea en mi último otoño. Pero esta tarde, cuando estaba sentado ante la ventana de mi estudio, se presentó un coche que traía provisiones; el viejo Franz ayudaba a descargar, y hubo ruidos y voces diversas. No puedo explicar hasta qué punto me molestó esto. Temblaba de disgusto, y ordené que tal cosa se hiciera por la mañana, cuando yo duermo. El viejo Franz dijo sólo: “Como usted disponga, señor Conde”, pero me miró con sus ojos irritados, expresando temor y duda.
¿Cómo podría comprenderme? Él no lo sabe. No quiero que la vulgaridad y el aburrimiento manchen mis últimos días. Tengo miedo de que la muerte pueda tener algo aburguesado y ordinario. Debe estar a mi alrededor arcana y extraña, en aquel día grande, solemne, misterioso, del doce de octubre…
18 de septiembre
Durante los últimos días no he salido, sino que he pasado la mayor parte del tiempo sobre el diván. No pude leer mucho, porque al hacerlo todos mis nervios me atormentaban. Me he limitado a tenderme y a mirar la lluvia que caía, lenta e incansable.
Asunción ha venido a menudo, y una vez me trajo flores, unas plantas escuálidas y mojadas que encontró en la playa; cuando besé a la niña para darle las gracias, lloró porque yo estaba “enfermo”. ¡Qué impresión indeciblemente dolorosa me produjo su cariño melancólico!
21 de septiembre
He estado mucho tiempo sentado ante la ventana del estudio, con Asunción sobre mis rodillas. Hemos mirado el mar, gris e inmenso, y detrás de nosotros en la gran habitación de puerta alta y blanca y rígidos muebles reinaba un gran silencio. Y mientras acariciaba lentamente el suave cabello de la criatura, negro y liso, que cae sobre sus hombros, recordé mi vida abigarrada y variada; recordé mi juventud, tranquila y protegida, mis vagabundeos por el mundo y la breve y luminosa época de mi felicidad. ¿Te acuerdas de aquella criatura encantadora y de ardiente cariño, bajo el cielo de terciopelo de Lisboa? Hace doce que te hizo el regalo de la niña y murió, ciñendo tu cuello con su delgado brazo.
La pequeña Asunción tiene los ojos negros de su madre; sólo que más cansados y pensativos. Pero sobre todo tiene su misma boca, esa boca tan infinitamente blanda y al mismo tiempo algo amarga, que es más bella cuando guarda silencio y se limita a sonreír muy levemente.
¡Mi pequeña Asunción!, si supieras que habré de abandonarte. ¿Llorabas porque me creías “enfermo”? ¡Ah! ¿Qué tiene que ver eso? ¿Qué tiene que ver eso con el de octubre…?
23 de septiembre
Los días en que puedo pensar y perderme en recuerdos son raros. Cuántos años hace ya que sólo puedo pensar hacia delante, esperando sólo este día grande y estremecedor, el doce de octubre del año cuadragésimo de mi vida.
¿Cómo será? ¿Cómo será? No tengo miedo, pero me parece que se acerca con una lentitud torturante, ese doce de octubre.
27 de septiembre
El viejo doctor Gudehus vino de Kronshafen; llegó en coche por la carretera y almorzó con la pequeña Asunción y conmigo.
-Es necesario -dijo, mientras se comía medio pollo- que haga usted ejercicio, señor Conde, mucho ejercicio al aire libre. ¡Nada de leer! ¡Nada de cavilar! Me temo que es usted un filósofo, ¡je, je!
Me encogí de hombros y le agradecí cordialmente sus esfuerzos. También dio consejos referentes a la pequeña Asunción, contemplándola con su sonrisa un poco forzada y confusa. Ha tenido que aumentar mi dosis de bromuro; quizás ahora podré dormir un poco mejor.
30 de septiembre
-¡El último día de septiembre! Ya falta menos, ya falta menos. Son las tres de la tarde, y he calculado cuántos minutos faltan aún hasta el comienzo del doce de octubre. Son 8,460.
No he podido dormir esta noche, porque se ha levantado el viento, y se oye el rumor del mar y de la lluvia. Me he quedado echado, dejando pasar el tiempo. ¿Pensar, cavilar? ¡Ah, no! El doctor Gudehus me toma por un filósofo, pero mi cabeza está muy débil y sólo puedo pensar: ¡La muerte! ¡La muerte!
2 de octubre
Estoy profundamente conmovido, y en mi emoción hay una sensación de triunfo. A veces, cuando lo pensaba y me miraba con duda y temor, me daba cuenta de que me tomaban por loco, y me examinaba a mí mismo con desconfianza. ¡Ah, no! No estoy loco.
Leí hoy la historia de aquel emperador Federico, al que profetizaran que moriría sub flore. Por eso evitaba las ciudades de Florencia y Florentinum, pero en cierta ocasión fue a parar en Florentinum, y murió. ¿Por qué murió?
Una profecía, en sí, no tiene importancia; depende de si consigue apoderarse de ti. Mas si lo consigue, queda demostrada y por lo tanto se cumplirá. ¿Cómo? ¿Y por qué una profecía que nace de mí mismo y se fortalece, no ha de ser tan válida como la que proviene de fuera? ¿Y acaso el conocimiento firme del momento en que se ha de morir, no es tan dudoso como el del lugar?
¡Existe una unión constante entre el hombre y la muerte! Con tu voluntad y tu convencimiento, puedes adherirte a su esfera, puedes llamarla para que se acerque a ti en la hora que tú creas…
3 de octubre
Muchas veces, cuando mis pensamientos se extienden ante mí como unas aguas grisáceas, que me parecen infinitas porque están veladas por la niebla, veo algo así como las relaciones de las cosas, y creo reconocer la insignificancia de los conceptos.
¿Qué es el suicidio? ¿Una muerte voluntaria? Nadie muere involuntariamente. El abandonar la vida y entregarse a la muerte ocurre siempre por debilidad, y la debilidad es siempre la consecuencia de una enfermedad del cuerpo o del espíritu, o de ambos a la vez. No se muere antes de haberse uno conformado con la idea…
¿Estoy conforme yo? Así lo creo, pues me parece que podría volverme loco si no muriera el doce de octubre…
5 de octubre
Pienso continuamente en ello, y me ocupa completamente. Reflexiono sobre cuándo y cómo tuve esta seguridad, y no me veo capaz de decirlo. A los diecinueve o veinte años ya sabía que moriría cuando tuviera cuarenta, y alguna vez que me pregunté con insistencia en qué día tendría lugar, supe también el día.
Y ahora este día se ha acercado tanto, tan cerca, que me parece sentir el aliento frío de la muerte.
7 de octubre
El viento se ha hecho más intenso, el mar ruge y la lluvia tamborilea sobre el tejado. Durante la noche no he dormido, sino que he salido a la playa con mi impermeable y me he sentado sobre una piedra.
Detrás de mí, en la oscuridad y la lluvia, estaba la colina con la casa gris, en la que dormía la pequeña Asunción, mi pequeña Asunción. Y ante mí, el mar empujaba su turbia espuma delante de mis pies.
Miré durante toda la noche, y me pareció que así debía ser la muerte o el más allá de la muerte: enfrente y fuera una oscuridad infinita, llena de un sordo fragor. ¿Sobreviviría allí una idea, un algo de mí, para escuchar eternamente el incomprensible ruido?
8 de octubre
He de dar gracias a la muerte cuando llegue, pues todo se habrá cumplido tan pronto como llegue el momento en que yo ya no pueda seguir esperando. Tres breves días de otoño todavía, y ocurrirá. ¡Cómo espero el último momento, el último de verdad! ¿No será un momento de éxtasis y de indecible dulzura? ¿Un momento de placer máximo?
Tres breves días de otoño aún, y la muerte entrará en mi habitación… ¿Cómo se conducirá? ¿Me tratará como a un gusano? ¿Me agarrará por la garganta para ahogarme? ¿O penetrará con su mano mi cerebro? Me la imagino grande y hermosa y de una salvaje majestad.
9 de octubre
Le dije a Asunción, cuando estaba sobre mis rodillas: “¿Qué pasaría si me marchara pronto de tu lado, de algún modo? ¿Estarías muy triste?” Ella apoyó su cabecita en mi pecho y lloró amargamente. Mi garganta está estrangulada de dolor.
Por lo demás, tengo fiebre. Mi cabeza arde, y tiemblo de frío.
10 de octubre
¡Esta noche estuvo aquí, esta noche! No la vi, ni la oí, pero a pesar de eso hablé con ella. Es ridículo, pero se comportó como un dentista: “Es mejor que acabemos pronto”, dijo. Pero yo no quise y me defendí; la eché con unas breves palabras.
“¡Es mejor que acabemos pronto!” ¡Cómo sonaban esas palabras! Me sentí traspasado. ¡Qué cosa más indiferente, aburrida, burguesa! Nunca he conocido un sentimiento tan frío y sardónico de decepción.
11 de octubre (a las 11 de la noche)
¿Lo comprendo? ¡Oh! ¡Créanme, lo comprendo!
Hace una hora y media estaba yo en mi habitación y entró el viejo Franz; temblaba y sollozaba.
-¡La señorita -exclamó-. ¡La niña! ¡Por favor, venga en seguida!
Y yo fui en seguida. No lloré, y sólo me sacudió un frío estremecimiento. Ella estaba en su camita, y su cabello negro enmarcaba su pequeño rostro, pálido y doloroso. Me arrodillé junto a ella y no pensé nada ni hice nada. Llegó el doctor Gudehus.
-Ha sido un ataque cardíaco -dijo, moviendo la cabeza como uno que no está sorprendido. ¡Ese loco rústico hacía como si de veras hubiera sabido algo!
Pero yo, ¿he comprendido? ¡Oh!, cuando estuve solo con ella -afuera rumoreaban la lluvia y el mar, y el viento gemía en la chimenea-, di un golpe en la mesa, tan clara me iluminó la verdad un instante. Durante veinte años he llamado la muerte al día que comenzará dentro de una hora, y en mí, muy profundamente, había algo que siempre supo que no podría abandonar a esta niña. ¡No hubiera podido morir después de esta medianoche; sin embargo, así debía ocurrir! Yo hubiera vuelto a rechazarla cuando se hubiera presentado: pero ella se dirigió antes a la niña, porque tenía que obedecer a lo que yo sabía y creía. ¿He sido yo mismo quien ha llamado la muerte a tu camita, te he matado yo, mi pequeña Asunción? ¡Ah, las palabras son burdas y míseras para hablar de cosas tan delicadas, misteriosas!
¡Adiós, adiós! Quizá yo encuentre allí afuera una idea, un algo de ti. Pues mira: la manecilla del reloj avanza, y la lámpara que ilumina tu dulce carita no tardará en apagarse. Mantengo tu mano, pequeña y fría, y espero. Pronto se acercará ella a mí, y yo no haré más que asentir con la cabeza y cerrar los ojos, cuando la oiga decir:
-Es mejor que acabemos pronto…
Retroenllaç: Sangre de Welsas o De la estirpe de Odín. Thomas Mann. | El Cavaller del Cigne
Retroenllaç: Tristan. Thomas Mann. | El Cavaller del Cigne